sábado, 7 de noviembre de 2009

La Calle Juan Roncoroni

La municipalidad de Gral. Guido
decide bautizar con el nombre
de Juan Roncoroni a una calle
de la localidad de Labarden.


Al final del libro Semblanza de un luchador mi abuelo, el Dr Atilio Roncoroni nos cuenta que con motivo del centenario del nacimiento de su padre, Don Juan Roncoroni, las autoridades Municipales del Partido de Gral. Guido, Provincia de Buenos Aires, deciden bautizar a una calle de la localidad de Labarden con el nombre del ya extinto ciudadano y pionero ilustre. Labarden, es un pueblo rural de la Provincia de Buenos Aires donde mi bisabuelo se destaco por su actividad comercial, social y cívica. Don Juan Roncoroni fue incluso intendente de Gral. Guido cuando el siglo XX vivía su infancia.

El pueblo de Labarden tiene actualmente unos 800 habitantes. La estación esta en la línea del ex Ferrocarril Roca, al este de Maipú y al Oeste de Ayacucho. Con tiempo malo, las vías del tren son la única vía firme que le permite a sus habitantes llegar al asfalto, dado que 22 kilómetros de un camino vecinal de tierra separan al pueblo de la ruta 2. Labarden ya no recuerda cuanto tiempo hace que espera el pavimento que la comunique con el resto del universo. Desde hace varias décadas sus vecinos y productores reclaman la obra, pero por ahora sólo han recibido promesas. El tren ya no pasa por la su estación. Pero cuando por la lluvia la ambulancia no puede salir por el camino de tierra, las vías aun sirven para transportar a los enfermos en una zorra.
Han pasado más de 30 años desde que visite el pueblo, y nunca más volví. Sin embargo dados los antecedentes expuestos, nada parece haber cambiado mucho en su paisaje bucólico.
Me es muy grato contar que en 1973 fui testigo, e incluso protagonista, de la ceremonia en la que se ungió con el nombre de mi bisabuelo a la arteria de la referida población más cercana a Maipú que a Guido (la propia cabecera del partido homónimo).En aquel entonces el intendente de General Guido era un señor de apellido Estea, y en la ocasión que es motivo de mi relato hizo una gran arenga resaltando las virtudes cívicas de Don Juan Roncoroni. Cosa que nos halagaba a toda la familia, pero por otro lado parecía que nos estuviera cargando, porque usaba frases como: Extensa y moderna red vial. Cuando en realidad nuestros zapatos estaban sumergidos hasta la mitad en el barro y había sido bastante dificultoso llegar por el camino enlodado. También como corresponde había otras autoridades de rigor, como un cura que se encargó de realizar las bendiciones de costumbre. Mi mente infantil, como es lógico, fijó con mayor solidez la presencia de mi abuelo; de mi padre, Jorge Mario Roncoroni; de mi madre, María Marta Rita Stabile y de mis hermanos María Marcela Teresita Roncoroni, Antonio Santiago Victorino Roncoroni, María Raquel del Sagrado Corazón Roncoroni, y los mellizos Vicente Atilio Nicolás Roncoroni y Atilio Vicente Javier Roncoroni. Puedo confirmar dos ausencias, o mejor dicho dos presencias en nuestra memoria, las de mi abuela Marcelina Clara Santander y mi hermano mayor Jorge Atilio Juan Roncoroni quienes habían fallecido recientemente. Otras figuras familiares se diluyen en mi mente y no recuerdo si estaban realmente o si me los imagino. Pero a los efectos de dar mayor vigor al relato, y teniendo en cuenta que casi seguro que concurrieron, pongamos en la escena a mi tío Atilio Régulo Roncoroni; a mi tío abuelo el Dr. Juan Argentino Roncoroni, a su mujer Rita Antonia Oubiña y sus hijos Juan Manuel, Luis, Carlos y Santiago. En fin varios parientes más colaterales y directos, como también vecinos y amigos.
Finalizados los discursos de rigor, mi abuelo estaba ostensiblemente emocionado, por lo que me concedió el honor de tirar junto con él de la cinta que estaba asida al paño que cubría la placa con el nombre de mi bisabuelo. En la ocasión mi abuelo dijo: Yo soy el Roncoroni más viejo y quiero tirar de la cinta con el Roncoroni más joven aquí presente. Afortunadamente no estaban mis primos Ana Javiera Rosa Roncoroni, ni Atilio Javier Melchor Roncoroni, hijos de mi tío Atilio (alias Coco) (1); pues estos párvulos me hubieran destronado y sería alguno de ellos el que estaría escribiendo esta historia.
Recuerdo que me sentí muy importante, yo apenas un niño compartía el inmenso honor con el Yeyo, lo que me colocaba en orden de jerarquía por encima de toda la parentela. Todo gracias al decreto espontáneo de la persona más anciana y respetada de la familia.
El protocolo establecía que el locutor, o alguien así, dijera unas palabras que indicaban el momento propicio para tirar de las cinta. Yo había sido advertido al respecto, sin embargo en mis nervios, inquietud de niño y distracción tiré de la cinta antes de que el maestro de ceremonias diera la orden. Cuando me di cuenta del error busque desesperado los ojos azules de mi abuelo que siempre miraban para arriba. Esperaba encontrar en ellos el fuego de la ira, pues Don Atilio cuando se enojaba era un hombre severo. Afortunadamente lo único que encontré en su rostro fue una enorme sonrisa casi aprobatoria.

(1) En esto de poner nombres nos parecemos a la familia Buendía de la novela de Gabriel García Marques Cien Años de Soledad; de generación en generación, cuando no entre hermanos, los usamos de atrás para adelante y de adelante para atrás.

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