lunes, 8 de noviembre de 2010

Semblanza de un Luchador





ATILIO RONCORONI


Abogado, periodista e historiador


Semblanza de un luchador:


DON JUAN RONCORONI


(En el Centenario de su nacimiento)


DOLORES (Bs. Aires)
Noviembre de 1973






I. - AL LECTOR


No es tarea fácil para un hijo, escribir la vida de su padre: El respeto filial, el agradecimiento por los bienes recibidos, no sólo en el orden material sino también los eternos: la educación, el amor al trabajo, los sentimientos humanos y familiares, el cariño por el país y sus instituciones, pueden ser motivo —aún inconsciente— para una rememora­ción parcial o tendenciosa.
Pero yo he decidido hacerlo, al cumplirse el centenario de su nacimiento, sin oirá pretensión que la de rendir un homenaje al autor de mis días, presentándolo, sin deforma­ciones, tal como yo lo he visto o lo recuerdo, con sus virtudes y defectos y creyendo, sinceramente, que la de él y también la de mi abnegada madre doña Ana Paguapé de Roncoroni, fueron un ejemplo de vida útil para su familia, el país y sus conciudadanos.
Quiero fijar algunos de los rasgos característicos de mi padre, y señalar su acción ciudadana, porque, en un mundo olvidadizo y, en épocas que se caracterizan por el predomi­nio del materialismo más crudo y egoísta, es necesario recordar a los que trabajaron desinteresadamente para levantar el edi­ficio de la Nación.
Ahora, muchos .se atribuyen el mérito del presente pero pocos recuerdan el trabajo, el sacrificio y la acción de los hombres del pasado, que, como mi padre, lucharon rudamente, en un medio poco propicio, para sacar a nuestra tierra de la ignorancia y el atraso, poblar el desierto y sembrar los rudimentos esenciales de cultura y civilización.
Mi padre fue, en ese sentido, uno de los tantos pioneros civilizadores de la Argentina. Y es justicia que alguien re­cuerde su vida y su acción.
Su agradecido hijo.




ATILIO RONCORONI
Abogado, periodista e historiador
Director de "El Nacional" de Dolores
(Prov. de Buenos Aires)


II. ORIGEN Y NACIMIENTO

Nació don Juan Roncoroni, en la ciudad de Buenos Aires, "cuando ésta nos pertenecía" —según lo consignó en su testamento ológrafo— el 14 de noviembre de 1873, en una casa de la calle Independencia N9 232, próxima al Río de la Plata, que entonces, era visible desde el lugar. La fila de manzanas en que estaba ubicada fue derribada para hacer las avenidas Colón y Paseo de Julio.
Era presidente de la República don Domingo Faustino Sarmiento y la actual monstruosa capital, apenas se despe­rezaba de su larga siesta colonial.
La actual calle Méjico era un arroyo —según lo recor­daba mi padre— y los límites urbanos terminaban en Callao, por el Oeste y, por el Norte en Santa Fe. Las lavanderas concurrían habitualmente al río, para blanquear sus ropas. Fue bautizado el 27 de noviembre de 1873 por el Pres­bítero don Jaime Severo, teniente cura de la Parroquia de la Inmaculada Concepción, siendo sus padres don Natalio Ron­coroni, de 40 años y doña Angela Somaini, de 38 y padrino don Hércules Bernasconi, a quien siempre recordó con cariño. El testimonio del acta de nacimiento está suscripta por el párroco don José García de Zúniga.
Eran sus padres oriundos de Olgiate Comasco, provin­cia de Como, en la antigua Lombardía (Italia), aún cuando don Natalio, propiamente había nacido en el pueblo de los Roncoroni", que visite en 1955 y que es un caserío próximo a Olgiate, donde todos los vecinos llevan ese apellido.
Don Natalio era industrial, hombre severo y de gran carácter, trabajador como todos los italianos. Especializado en la fabricación de carruajes de lujo, instaló una fábrica en
(1) El origen de la familia que tiene numerosa descendencia y pa­rientes colaterales en el país, ha sido esclarecido por mi hijo, doctor Atilio Régulo, genealogista, quien residió en Italia, ads-cripto a la Embajada argentina en Roma y los obtuvo directa­mente en las parroquias correspondientes. No publico los datos en este folleto, dada su gran extensión.

Buenos Aires, donde se hicieron muchos de los vehículos que, entonces, se usaban por las familias de abolengo.
Entre los clientes de mi abuelo se contaron —según tra­dición familiar— los generales Mitre, Roca y otros personajes de la época que, por sus ideas liberales y su manera de ser sencilla y sin protocolos, se allegaban hasta la fábrica para vigilar personalmente los detalles de la construcción de sus vehículos. El general Mitre estaba muy vinculado, además, a los miembros de la colectividad italiana, los cuales sentían por él gran adoración, que arrancaba desde la época en que se vinculó con José Garibaldi, el héroe de la "Nueva Troya" y defensor de la unidad italiana, sentimiento que compartía mi abuelo, que había sufrido persecuciones en Italia, cuando la Lombardía estaba bajo el dominio del Austria, a la cual como todos los italianos odiaba cordialmente. ..
En la familia se repetían, muchos años después de su muerte las anécdotas del abuelo, el que no era hombre de muchas letras, pero sí muy hábil en su oficio de artesano, con un carácter fuerte, que lo hacía en ciertas circunstancias temible. Así, una vez, cu que un perro rabioso de gran ta­maño tenía aterrorizados a los vecinos de la calle Uruguay (2) —donde tenía la fabrica— y había mordido ya a varias per­sonas, tomó un fierro del taller, salió a la calle y, enfrentando al animal, le puso punto final al episodio, liquidándolo de un fenomenal garrotazo.
Hombre fuerte, hercúleo y trabajador quería que sus hijos se encaminaran por su misma senda y, cuando alguno flaqueaba en la tarea no vacilaba en darle una paliza.
Una vez que castigaba a mi padre por esa circunstancia, éste le dijo: "Por qué me pega si no hago nada? A lo que le contestó: "Por eso es que te pego; yo quiero que trabajes".
A pesar de ello mandaba a sus hijos a la escuela; habien­do frecuentado el autor de mis días una en la capital, cursando hasta el sexto grado, donde aprendió todo lo que se enseñaba entonces.
 (2) Frente al actual edificio de los Tribunales.

Poseía inteligencia natural y se le despertó, desde niño, gran afición por las matemáticas y la lectura, mientras apren­día el oficio de su padre y llevaba la contabilidad de la fábrica. Aún anciano, hacía sumas o multiplicaciones de muchos guarismos con una rapidez extraordinaria y que de­jaba asombrados a todos, sin que jamás se equivocara, ni tuviera que repetir las operaciones.
Mi abuelo falleció en Buenos Aires a fines del Siglo sin que yo lo conociera o, por lo menos, no conservo ningún recuerdo personal de él. Parece que tuvo variadas alterna­tivas de fortuna, ocasionadas por las crisis periódicas, que se originaban frecuentemente a causa de la inestabilidad de la moneda, antes de que Pellegrini creara la Caja de Conver­sión en 1891. En una de esas crisis, empapeló, a manera de burla, una pieza con papeles del antiguo Banco de la Pro­vincia, que carecían de todo valor.
El recuerdo de mi abuela, en cambio, lo mantengo fresco en la memoria, porque fue amparada por mi padre, después de la muerto de su compañero y vivió con nosotros muchos años, falleciendo en Dolores, donde descansan sus restos en la bóveda de la familia.
Era sumamente religiosa y nos enseñaba, a mis hermanos y a mí las oraciones del culto católico, utilizando a veces la lengua italiana, aunque hablaba también el dialecto lom­bardo y el castellano. Cuando visité Lombardía en 1955 con Marcela mi mujer, le llamó la atención a nuestros parientes que yo conociera muchos dichos y expresiones en ese dialecto.
Las relaciones de mi padre con su progenitor no debieron ser muy cordiales, pues, aunque nunca lo explicó claramente, mi padre abandonó la casa paterna, siendo muy joven y se vino a la campaña a trabajar.
Era muy hábil en el manejo de libros y contabilidad, por lo cual ingresó en la casa de comercio de Olariaga Hnos., establecida en Maipú, aproximadamente en el año 1890.
Su carrera en la misma fue rápida, pues pasó de tenedor de libros a habilitado y de habilitado a socio administrador.
En el año 1893, al estallar la revolución radical contra Julio A. Costa, se encontraba en la sucursal de General Guido, regresando luego del fracaso del movimiento nuevamente a Maipú.
En 1895, ante la gravedad de la situación internacional se inscribió en la Guardia Nacional, formando parte del "Re­gimiento de Infantería Maipú" que comandaba don Julián Lynch, siendo Jefe del Batallón el Mayor Higinio Cabrera, (La documentación pertinente, como toda la que cito en este trabajo, obra en mi poder).
Era entonces soltero, pero el 4 de abril de 1896 contrajo matrimonio en Maipú con doña Ana Paguapé, hija de don Pedro Paguapé y de doña Juana Althaparro, vascos franceses, nacidos en 1830 y 1837 en Echarry (Francia), de donde habían llegado en 1860, dedicándose u la ganadería.
De este matrimonio habían nacido varios hijos, en el entonces partido del Tuyú o Monsalvo, los que fueron bauti­zados en la parroquia do Dolores (por no existir otra iglesia en todo el sur y tampoco haber sido fundado el pueblo de Maipú, lo que roción ocurrió en 1875). Don Pedro había fallecido el 21 cío octubre de 1877 como consecuencia de la fiebre amarilla y mi madre nacida el 10 de noviembre de 1875 en Monsalvo, fue bautizada en San Justo (partido de Matanza) el 18 de noviembre de 1876 por el Pbro. Alejo A. Sarasola, siendo sus padrinos don Pedro y doña María E che ver e.
No obstante esta circunstancia y de estar eximido de la obligación de prestar servicio militar (art. 18 de la ley 3318 de Organización de la Guardia Nacional, de 23 de noviembre de 1895) se enroló nuevamente el año 1896, prestando servicios
del país, a la explotación de las tierras y ganados en la Penín­sula Valdez (territorio Nacional del Chubut) y finalmente, con la firma Juan Roncoroni y Cía., a remates ferias. Adquirió la mayor parte de las tierras en que se había fundado Labardén, loteándolas en solares y enajenándolas a los pobladores con facilidades para su adquisición y, financiando con libe­ralidad, la construcción de numerosas viviendas. El pueblo tomó un gran impulso gracias a la acción de mi padre y sus socios. Estaba, además en una zona apta para todo cultivo y susceptible de división y fraccionamiento, por lo que existían numerosos propietarios en la campaña.
El 25 de setiembre de 1904 todavía quedaban en poder cíe José Garaycochea y Compañía, después de haber enaje­nado muchas Horras, 250 de esos lotes, los que se ofrecían al vecindario con escrituración gratis.
Yo tenía, entonces, siete años y, desde el año anterior concurría a la escuela infantil Nción ejercía doña Clotilde Díaz de González, siendo mi pri­mera maestra la señora Ana Terol de Rodríguez, nacida en Dolores,
La escuela funcionaba en un grupo de casillas de tabla, de construcción precaria, hasta que, algunos años después, fue trasladada a un edificio de material, frente a la esquina de la plaza, (no en el lugar en que actualmente se encuentra). De las preocupaciones intelectuales de mi padre —que se fueron acentual ido con los años, hasta llegar a poseer una sólida cultura— darán idea los siguientes hechos. El 1° de enero de 1904 fundó -en aquel medio rural, cuya caracterís­tica principal era, entonces, el atraso, ya que existían infini­dad de analfabetos (incluso centre los propietarios o arrenda­tarios de campos) y que se veían muchos paisanos de larga barba, cuya principal habilidad era el manejo del cuchillo, las camorras y el cuidado de los caballos de carrera—, una revista quincenal "El Relámpago", que apareció regularmente durante varios años y cuyos ejemplares poseo. Inteligentemente dirigida por el periodista uruguayo don Jaime Gonzá­lez, ayudado por sus hermanos Silvestre y Pepe. El citado en segundo término era fotógrafo —lo que permitía tomar notas gráficas de los principales sucesos, las que eran publicadas como así fotografías de personas del medio— y el tercero tipógrafo.
La revista batallaba por el progreso nacional, daba infor­maciones de interés para la zona y transcribía artículos lite­rarios de grandes plumas, organizaba concursos entre los esco­lares y vecinos y, de ve/, en cuando hacía también la apolo­gía del patriota uruguayo don Aparicio Saravia, por aquello de que "la cabra al monte tira" y los González eran blancos a más no poder, y, como muchos de sus compatriotas, habían tenido que huir de su patria.
Mi padre escribía artículos en todos los números, "invi­tando al paisano de nuestra campaña a participar en las luchas cívicas".
También en estos artículos se expedía sobre cuestiones económicas y financieras, que fueron siempre de su predilec­ción, y así propiciaba reformas o atacaba las leyes sancionadas por la Legislatura, o se refería a la situación bancada, a las crisis económicas, etc.
Gran lector y propagandista y difusor incansable de la lectura estaba suscripto a la Biblioteca de "La Nación" y a otras editoriales, recibiendo gran cantidad de libros, diarios y revistas, que luego distribuía generosamente entre sus ami­gos y parientes. (Al fallecer, dejó una gran biblioteca que sus hijos heredamos).
Tengo presente a mi padre que siempre nos leía y hacía leer, nos corregía los deberes escolares y nos ayudaba a pre­sentarnos en los concursos literarios de la revista, con las clásicas "primeras planas", y, cuando cometíamos alguna fe­choría, propia de la edad, el castigo consistía en escribir sendas páginas durante varios días, con letra clara y prolija: No debo hacer esto... no debo hacer aquello, etc.".
Hay que decir, en honor a la verdad que, en un medio rústico y poco propicio al culto de las buenas maneras, nosotros éramos bastante bandidos y cuando no nos escapábamos ni los caballos que llegaban hasta el palenque —por ariscos que fueran— nos íbamos hasta el "Arroyo Chelforó", donde nos azotábamos al remanso, prendidos de la cola de los petisos (sin saber nadar), nos íbamos a cazar cachirlas con un alambre o a meternos en las lagunas para sacarle los patos al "patero", que, debajo de la barriga de una yegua enseñada, los mataba con un viejo fusil, o a sacar huevos de los nidos o a correr alguna "cuadrera" contra los petisos de los Solanet, en la cancha que existía en uno de los costados del pueblo.
Este año don Juan Roncoroni se inscribió en el Registro Cívico Nacional del partido de General Guido, con domicilio en el cuartel 3º (Labardén) y bajo el NT 1 y el 30 de setiem­bre en el de la provincia, bajo el N° 3.
El mismo año fue designado miembro de la Comisión Revisora del Padrón de Capitales, conjuntamente con su socio don José Garaycochea —casado con doña María Olariaga y cuñado de don Nemesio, don Francisco y don Lorenzo—, un vasco bueno y honorable, que visitaba frecuentemente las ca­sas de negocio, aun cuando no vivía en ellas, con su familia.

III. ACCIÓN POLÍTICA MUNICIPAL


La acción política de don Juan Roncoroni, duró desde 1893 hasta la revolución de 1930, en que prácticamente se retiró. Pero esto requiere algunos antecedentes de carácter histórico.
El partido del Vecino era muy antiguo habiendo sido creado por la ley Nº 447, junto con otros 27 más, al sur del Salado, en 1865.

Como "pago" o "región" era conocido desde la época colonial debido al "cañadón" del mismo nombre, que era uno de los más difíciles de cruzar, aún a caballo, —y no en todo tiempo—. Las estancias de la Sociedad Rural, de González Salomón, Nonel, López, Ponce, RAMÓN LARA y Arroyo, esta­ban situadas sobre este cañadón (a unas cinco leguas al Sur de Dolores y en parte dentro de su actual partido) —según catastro de 1830— y eso explica las dificultades de todo orden que tuvo que soportar Lara para fundar "Kakel" en 1815 y "Dolores" en 1818. Este cañadón se forma con las aguas del arroyo Langueyú —que baja del Tandil— y atraviesa el par­tido de Rauch, perdiéndose a la altura de los campos de Vela, en Rauch. En este cañadón estuvo a punto de ahogarse el señor Roncoroni, cuando en el año 1914, siendo Intendente de Guido salió desde Dolores con una expedición de botes de auxilio, tirados por caballos, a la localidad citada que, corno todo el partido estaba completamente inundada, con víveres para la población que carecía de ellos, dándoseles vuelta uno de los botes al cruzar ese lugar y salvando mila­grosamente la vida con sus acompañantes.
El pueblo de General Guido, cabecera del partido, había sido fundado en 1883, por ley 1629 de la Legislatura provin­cial, en un ejido de una y media legua cuadradas, en cam­pos de doña Cornelia Pizarro, pero hasta 1888 no se había concretado, por lo que un grupo de vecinos solicitó la forma­ción del mismo, ofreciendo el señor Claudio Martín (francés y vecino de Dolores) las tierras necesarias.
Esta solicitud fue desestimada el 28 de julio de 1888, por no ubicarse debidamente las tierras y por aconsejarlo así el Departamento de Ingenieros, el que dictaminó que debían expropiarse 3210 hectáreas y no sólo las 180 que ofrecía Martín.
Este, no obstante ello, hizo el pueblo y comenzó a ven­der las tierras, por lo cual y por decreto del 16 de febrero de 1891, el gobierno provincial determinó sus obligaciones, limitándose Martín, el 12 de febrero de 1893, a "dar cuenta

de las primeras ventas". El 25 de febrero de 1895, se le intimó a Martín proceder a la venta pública, en remate, dentro del plazo de 90 días, conforme a la ley de ejidos vigente, bajo apercibimiento de darle por desistido, pero, "por rara coinci­dencia" el expediente se extravió durante varios años!!!
El 20 de octubre de 1899, "se le notifica nuevamente" que debe vender.. . haciendo Martín "oídos sordos", ya que había otorgado numerosos boletos y cobrado su importe, pero sin escriturar a los vecinos adquirentes.
Todo esto sucedía porque la situación política imperante en el partido del Vecino, era despótica y arbitraria y, el mencionado señor estaba amparado por las autoridades mu­nicipales que, a mayor abundamiento, en 1904, habían colo­cado a la comuna en situación de insolvencia. En 1904 —según datos consignados en la colección de "EL NACIONAL" de Dolores— se pidió embargo en los bienes de la Municipalidad, por deudas contraídas durante la anterior administración de José Benito Rodríguez. En 1905, la situación era tan desastrosa que el Cura Párroco se ausentó porque no se le abonaban sus subvenciones; el Intendente estaba dedicado a sus tareas rurales; el Secretario, con licencia; las maestras de las escuelas "de paseo"; el cementerio abandonado y la plaza llena de yuyales, mientras los municipales de Labardén (segundo pueblo del partido) hacían la recaudación como si se tratara de bienes propios.
Todo esto aparecía en "EL NACIONAL" de Dolores, de fecha 8 de enero de 1905, cuya corresponsalía ejercía mi pa­dre, que durante muchos años, fue un entusiasta colaborador del diario, en el cual escribió numerosos artículos, —algunos verdaderos libros— corno el trabajo "Situación financiera ar­gentina. Estudio sobro sus causas y su remedio", que apareció en los números de los días 10, 11, 13, 14, 15, 17, 18, 19 y 21 de noviembre de 1914.
Los artículos, que pueden leerse en el diario, enviados por mi padre en 1904, no usaban eufemismos: "el partido está

lleno de matones de colmillos cruzados, con aire de perdona­vidas ..." y calificativos similares.
A raíz de esta situación, un grupo de ciudadanos, que también eran conservadores, pero que no estaban de acuerdo con el oficialismo imperante en el partido del Vecino, se pusieron de acuerdo para derrocar la situación, comenzando los trabajos en ambos pueblos: entre ellos se contaban el señor Cecilio Althaparro (después diputado) y mi padre, apoyados por el dirigente de Dolores don Domingo J. Negri, que era, entonces, diputado provincial.
El situacionismo fue derrotado el 18 de octubre de 1905, después de unas elecciones muy reñidas, en que triunfó la oposición y eme incluyó, además, varias acusaciones contra los municipales y sus cómplices, campañas periodísticas, etc.
El primer cuidado de las nuevas autoridades: Intendente don J. Cecilio Althaparro, fuerte estanciero del partido (Esta­blecimiento "El Palenque", en la zona de Parravicini) y pre­sidente del Concejo Deliberante don Juan Roncoroni, fue, pedir al gobierno se autorizara a la Municipalidad a tomar posesión de las tierras vendidas por Martín (5-XII-905); la integración del Consejo Escolar, que estaba acéfalo y el cam­bio de funcionarios provinciales. En este año el señor Ron­coroni, que había inaugurado, con sus socios, una sucursal en Coronel Vidal, trajo a Labardén la banda de música de dicho pueblo, con la cual se organizaron, por primera vez, una serie de festejos populares, que no influyeron poco en el triunfo electoral.
Además comenzaron una serie de progresos, tanto para Labardén, como para General Guido, de los que hablaré más adelante.
El año 1906 se inició con una noticia infausta para el país: el fallecimiento del teniente general don Bartolomé Mitre, ciudadano eminente y por el que mi padre sentía honda veneración, siendo, al mismo tiempo, un admirador de su obra histórica y periodística, que conocía y difundía. En cierta oportunidad en que me llevó a Buenos Aires, siendo muy niño, tuve oportunidad de ver al ilustre patricio por la calle San Martín, viviendo los últimos días de su gloriosa ancianidad y mientras caminaba a pie, devolviendo los saludos del pueblo...
Este año se abrió un nuevo Registro Cívico, en el cual se anotó mi padre, habiendo sufragado en las elecciones del 10 de marzo y 26 de julio según la libreta que obra en mi poder.
En 1907 fui enviado a la escuela número uno de General Guido para cursar el cuarto grado, cuya directora era la se­ñora Juana Cambiaggi de Bialade y su esposo el señor Au­gusto P. Bialade, secretario del Consejo Escolar, recientemente reorganizado. Estuve de pensionista con este distinguido ma­trimonio, junto con los hijos de don Julio Solanet y de doña Carmen Iriarte, Julio, Rodolfo y Raúl, que eran mis amigos desde la niñez y con los cuales siempre mantuve una sólida e invariable amistad, ya que, luego, estudiamos juntos en Ayacucho (Colegio "San Luis Gonzaga") y en el Colegio Nacional de Dolores, y, finalmente en la Capital Federal, al seguir cursos universitarios.
Este año, para las fiestas de la Patrona, el 24 de setiem­bre, vino a General Guido el Obispo Monseñor Juan Nepomuceno Terrero, en cuya oportunidad el señor y la señora de Bialade con el Cura Párroco don José Iturraran, orga­nizaron un batallón infantil, de 100 plazas, del que fui nom­brado "Capitán", rindiendo los honores al Prelado. Recuerdo perfectamente mi azoramiento cuando tenía que dar las voces de mando en presencia del Obispo para practicar las evolu­ciones de rigor, armado de una "espada", que no sabía donde colocar.
Para esa misma fecha en la escuela se preparó una velada que, después, de la consabida "obra" propia de aficionados, representó en los salones de la Municipalidad "El Paso de los Andes" y terminó con un gran Pericón Nacional donde no faltaba nada, desde el calzoncillo cribado; facones y na­zarenas hasta las relaciones de rigor.
El mismo cuadro escolar se trasladó, luego, a Labardén donde repetimos el espectáculo teatral en el edificio de la Capilla, ya construida pero no inaugurada y donde recuerdo perfectamente, que se había instalado un bazar que mi madre dirigía,
Se construía, por entonces, el ramal ferroviario de Guido a Juancho, lo que provocaba honda expectativa y esperanzas en el pueblo.
En 1908, como hijo mayor, fui enviado como pupilo al Colegio de los Padres Agustinos "San Luis Gonzaga" de Aya-cucho, donde hice el 5º grado y en 1909 a Dolores, para ingresar al Colegio Nacional. Al año siguiente mi padre trasladó su familia a Dolores y, desde entonces, sólo concu­rríamos a Labardén en la época de vacaciones, con gran regocijo de la numerosa prole, constituida entonces ya por siete hijos: Atilio, Abel, Ana, Armando, Aníbal, Angélica y Arminda, luego nació en Dolores Juan Argentino; que tro­teábamos a gusto en aquel medio propicio. Entre otras cosas teníamos una numerosa tropilla de petisos, con la cual éramos capaces de ganar (todas las carreras, ya se largara "al pique" o "a la vuelta", de a pie o de sentado, con abanderado o al convite, pues de todas maneras teníamos que correr.
De esta época recuerdo perfectamente que mi padre viajaba de continuo, ya sea a Buenos Aires por razones de negocios, a General Guido para atender la Municipalidad, a Coronel Vidal y Monasterio para dirigir las sucursales y al Chubut donde la sociedad había adquirido algunas leguas de campo en la Península de Valdez, que fueron alambradas, pobladas, dotadas de pozos, majadas, máquinas esquiladoras y hasta de un barco para traer la lana. Viajaba hasta esas lejanas regiones de la patria casi todos los años y como era culto, observador y activo, poseía un anecdotario exuberante sobre la vida de los pobladores, la acción de los galeses y la
perturbación creada por los bandoleros chilenos. Viajaba ge­neralmente en barcos y a la vuelta traía baúles cargados de curiosidades propias de la región, plantas típicas, objetos petrificados, material indígena, mantas y ponchos, pieles de guanacos y de puma, etc., que luego donaba a los colegios a los que concurríamos sus hijos, para enriquecer sus coleccio­nes de Botánica, Zoología e Historia.
Nosotros le escuchábamos con interés en la mesa fami­liar relatar sus experiencias, que eran muchas y variadas, pues, además de todo, poseía un espíritu sencillo, profun­damente democrático, que le permitía introducirse en todas partes, alternar con las gentes de toda condición y viajar utilizando lodos los medios imaginables de locomoción.
Existe una tradición familiar —que atribuyo a invención cíe mis hermanos--, según la cual, cada vez que "el viejo" iba a emprender uno de estos viajes a la Patagonia —que dura­ban varios meses— nos "daba una chicoteada a cuenta'”, previendo las pellejerías que pudiéramos hacer hasta su re­greso y «mi salvaguardia de la tranquilidad de nuestra madre, santa mujer, que toda su vida la consagró plenamente y con singular estoicismo al cuidado de su numerosa prole (diez hijos, de los cuales dos fallecieron, al poco tiempo de nacer).
Nuestra madre fue siempre muy hacendosa y trabajadora; excelente compañera de su esposo e irreemplazable madre de familia, con un. carácter suave, casi dulce; Jamás protestaba por nada ni contra nadie. Todo lo aceptaba —aún lo más adverso— con filosófica resignación.
Esta consagración ejemplar al hogar no impidió que dedicara parte de su vicia a la atención de los desamparados, presidiendo comisiones de beneficencia y pro templo Labar-dén, integrando la del Asilo —hoy "Hogar San José"— y pre­sidiendo la del Hospital "San Roque" en Dolores.
Vigilaba celosamente nuestros estudios —ya que nuestro padre faltaba de la casa por largas temporadas— y nos vigilaba constantemente, tanto de día como de noche, levantán­dose a cualquier hora para inquirir "si necesitábamos algo". En 1908, el señor Roncoroni es designado Intendente Mu­nicipal del Partido de General Guido y continúa así, la obra que había realizado como presidente del Concejo Deliberante y en colaboración con el señor Althaparro. En Guido encara decididamente el problema del alumbrado público, reempla­zando el viejo alumbrado a kerosene por "gas acetileno". Realizaba la vieja aspiración de arreglar las plazas de ambos pueblos, colocar árboles, mejorar los servicios policiales, obtener nuevas escuelas en el partido, arreglar las calles, puentes y caminos y en el mes de enero tiene la satisfacción de inaugurar la capilla de Labardén, cuya comisión había presidido mi madre doña Ana Paguapé de Roncoroni, durante varios años, en que trabajó Intensamente hasta concretar esa aspiración, con apoyo del Cura Párroco Pbro. don José Iturrarán.
Con tal niolivo se realizaron grandes festejos en Labar­dén, que comenzaron el domingo 7 de enero de 1908 con un baile en el "Hotel Universal". El día lunes llegó Monseñor Juan Neponinceno Terrero, siendo esperado en la estación del F. C. S. por las autoridades municipales, policiales y pueblo. Venía el Obispo acompañado por los curas párrocos de Ayacucho, Coronel Vidal y General Guido y de un sacer­dote de Santa Fe. La comitiva llegó hasta la Capilla bajo techado de gallardetes y al son de una banda de música. Monseñor Terrero pronunció un elocuente sermón luego de la bendición, en la que actuaron como padrinos el Intendente Municipal don Juan Roncoroni y la señora Angela Raffo de Rocca; se procedió a confirmar a los niños del pueblo. La misma tarde se realizó un programa de juegos infantiles en la plaza, calesitas y, por la noche, bailes populares.
El día martes hubo una misa cantada con coro de niñas y, más tarde, un reparto de carne, pan y otros artículos y ropas a los pobres. Los objetos repartidos fueron donados por los señores Roncoroni, Mursi, Rodríguez y Mendía.
Hubo también corridas de sortijas y se acuñó una me­dalla conmemorativa, que, en una de sus caras tiene la capilla (en relieve) y en la otra la siguiente leyenda: IGLESIA DEL SAGRADO CORAZÓN. INAUGURADA EN ENERO DE 1908, LABARDEN F. C. S."
El problema de las tierras de Guido.
El problema de las tierras de General Guido había que­dado sin solución. Incumbió a mi padre resolverlo.
En efecto, el 10 de junio de 1909, el Concejo Deliberante, autorizó al intendente Roncoroni a "cumplir el decreto del Poder Ejecutivo". El 30 de diciembre de este mismo año se dio un plazo a los vecinos que tuvieran boletos otorgados por Claudio Martín inscribirse en un Registro especialmente habi­litado al efecto.
Los trámites continuaron aceleradamente hasta el 30 de diciembre, y, previa amplia publicidad se procedió al remate de los terrenos por el martillero don D. J. Negri, lo que mo­tivó la iniciación de varios pleitos por el señor Martín.
El 2 de junio de 1911, el Juez Federal de Bahía Blanca rechazó la demanda interpuesta por el mencionado contra el intendente don Juan Roncoroni y el 30 de agosto se rechaza, igualmente, por la Justicia la ACCIÓN NEGATORIA que había deducido el mismo.
Con estas acciones fracasadas, quedaron definitivamente resueltos los problemas de las tierras de Guido, en defensa de los numerosos vecinos que habían sido engañados.
Entre tanto, en 1910, el señor Roncoroni había presidido la Comisión de Primer Centenario de la REVOLUCIÓN DE MAYO, acontecimiento que tuvo singular importancia, enton­ces.
En 1911 el intendente Roncoroni fue designado también Presidente Honorario de la Comisión de FIESTAS JULIAS; pronuncia un discurso al inaugurarse el Juzgado de Paz de Labardén creado por ley Nº 3323 (21/IX); encara el proble­ma de los desagües de General Guido (12/IX) y es nombrado Presidente Honorario del Comité constituido para festejar el 20 de Setiembre (fiestas de la Unidad Italiana) en cuya opor­tunidad se refirió al acontecimiento en una vibrante arenga en idioma del Lacio, el que dominaba a la perfección.
A fines de este año se produce un conflicto político con el presidente del Partido Conservador de la Provincia Dr. San­tiago Luro —hijo de don Pedro Luro y de doña Juana Pradere— y que, era, además, propietario de la Estancia "La Quinua" y por ende, uno de los grandes terratenientes del partido, al que mandó la CARTA ABIERTA, que publico en el apéndice. También tuvo, con este motivo, incidencias con los señores Pizarro y Caslex, las que afrontó sin titubeos; se ocupó del problema de límites con el partido de Maipú y del traslado de una escuela rural al pueblo de Labardén (quinta "Los Hornos"); del ensanche del ejido de General Guido (pueblo agobiado por la laguna "El Mirador"), de construir un canal de desagüe, etc.... Con estos motivos el vecindario le ofreció una gran demostración, de la que par­ticipó también el señor Florentino Rodríguez.

IV. LA CASA DE COMERCIO DE LABARDEN

La casa de comercio de Labardén se había convertido en un emporio. Sus negocios se habían extendido enorme­mente. Tenía 25 empleados, sin contar el personal de sucur­sales, de las explotaciones rurales o sección remates. Casi todos eran españoles, gente alegre y dicharachera que, des­pués de las faenas diarias, organizaba coros de música regio­nal —en los que yo participaba con mi violín, que me había enseñado, desde los seis años, el maestro don Francisco eran extranjeros... y muy baratos). Ya se tratara de la lám­para de acetileno o de la iluminación "a gas" —que teníamos instalada en el local, casa de familia y dependencias de em­pleados— y que funcionaba con "carburo", del "cuarto de baño moderno" o de la instalación sanitaria, del motor a presión, del último artículo de bazar o el moderno arado a discos, la firma era la primera en experimentarlos, exhibirlos y pro­pagarlos. Mi padre introdujo en el medio rural, los "mata­fuegos" que fueron probados en la plaza, con gran sensación, las sembradoras y cosechadoras, las máquinas de esquilar, etc. Recuerdo la sensación de curiosidad y estupor que pro­dujo la llegada del primer "Grafófono Edison", que se escu­chaba con audífonos y cuyos discos giratorios, en forma de cilindros, vírgenes, podían ser grabados a viva voz, lo que facilitaba el ingenio de los empleados, siempre ocurrentes, para producir sorpresas en alguna señorita desprevenida que venía de compras. Don Bernardo Bordoy, sastre de la casa, catalán amable y gentil, era particularmente afecto a la mú­sica y "al toreo" y "sonaba" todo el día con los discos de Machaquito, el Bomba o el Bombita o "el fusilamiento de Fe-rrer"... trágico episodio de la vida española, que a mí y a mis hermanos nos impresionaba. Su ayudante Arturo Baldini, espíritu inquieto y revoltoso se complacía en hacer chistes graciosos y presentar alguna "sorpresa" a los clientes. .. Hubo también entre los empleados algún poeta que lanzaba sus madrigales a la novia.
Alegría y negocios, entonces no se excluían. No hablemos del piano, en el que mis hermanas tenían que hacer obligadamente sus ejercicios diarios y que también servía para preparar los coros de la capilla, hasta que ésta fue provista de un armonium.
Mi padre permitía todas estas expansiones en las que frecuentemente participaba, mientras se ocupaba de los innu­merables negocios de la firma —yerras y esquilas—, atención de la clientela, compra de lanas y frutos, recorriendo la campaña continuamente (en un sulky. pues entonces no se cono­cían los automóviles) realizando viajes en ferrocarril a las sucursales, en los que solía llevar a algunos de sus hijos, mostrándonos y explicándonos infinidad de cosas prácticas y útiles, pues era sumamente curioso y afecto a saber el cómo y el porqué de todas las cosas. En estos viajes tenía la cos­tumbre de vincularse con todo el mundo: se pasaba a los coches de segunda donde siempre encontraba amigos; conocía a todos los guardas y mozos y se detenía en todas las esta­ciones a saludar a los je íes, empleados y obreros, o a parla­mentar con los conocidos que encontraba que, por cierto, eran legión.
Su conocimiento de las gentes y cosas de la región llegó con el tiempo, a ser de tal naturaleza que era un verdadero archivo viviente, pues conocía a todas las personas y sus familias, la situación de las estancias, los nombres de sus pro­pietarios y mayordomos, su extensión, el precio que habían obtenido en los traspasos y la clase de hacienda con que habían sido pobladas. Si se le preguntaba sobre cualquier establecimiento o persona, desde Chascomús hasta Tres Arro­yos, contestaba inmediatamente, suministrando todas las re­ferencias y pormenores sin dar jamás datos erróneos, pues tenía una memoria privilegiada y una curiosidad insaciable. Baste con decir que leía el Diccionario Enciclopédico His­pano Americano (28 tomos), del que recordaba perfecta­mente datos, fechas y pormenores...
De estos viajes, recuerdo especialmente, los que hice frecuentemente, en su compañía a Coronel Vidal para visitar la sucursal. Me hacía tocar el violín en el tren, con gran regocijo del guarda y del italiano billetero, que recorría la línea desde muchos años atrás y que eran sus amigos y que, cuando era muy pequeño me solía conducir a Maipú para continuar mis estudios de música. Lamento no recordar el nombre de este excelente hombre.
En Coronel Vidal también era mi padre sumamente popular y, después de revisar la contabilidad de la casa y atender a los clientes, nos trasladábamos en sulky al campo de Anchorena, que arrendaba la firma, para disponer lo per­tinente. Recorría el campo en sulky mientras yo montaba el ”pico blanco” de Olivera, el criollo que teníamos de encargado en ese campo. Con cada paisano que encontraba en el campo se paraba a conversar y le averiguaba vidas y milagros de todo el mundo, por lo que estaba perfectamente informado. Luego se llegaba hasta la estancia para saludar a don Gui­llermo Kruger, un alemán con hijas muy rubias y buenas mozas, que atendía los intereses del señor Anchorena.
En otras oportunidades nos llevaba a Buenos Aires, haciéndonos visitar todo lo que era digno de ver. También fuimos con mi hermano Abel y yo a Montevideo, cuyos viajes eran desde luego, "en premio", por nuestro buen com­portamiento en la escuela.
En el escritorio de la casa de Labardén —que era tam­bién sucursal bancaria— aprendimos contabilidad y teneduría de libros, el manejo de máquinas de escribir (las famosas "Hammond", de teclado semi-circular, que entonces se usa­ban) y los mil y un detalles de la experiencia comercial.
No escatimó medios para hacernos estudiar; nos ayudaba espiritualmente comprándonos montañas de libros (llegaban por cajones grandes), incluso aventuras de viajes, "El Tesoro de la Juventud", "La Historia del Mundo en la Edad Mo­derna", el "Diccionario Enciclopédico Hispano Americano", la colección completa de novelas de "La Nación", las obras de Julio Verne, Fenimoore Cooper, y muchos otros de historia argentina, biografías, etc. Nos hacía estudiar música y nos costeó los estudios universitarios a los ocho hermanos, aún en los momentos en que su situación económica no era muy propicia para ello.
En Labardén, nuestro padre era, además, el consejero obligado de todas las familias del pueblo, procurando siempre
solucionar sus problemas, con espíritu moralizador, pues todos lo consultaban, ya se tratara de las faltas cometidas por una señorita o de los conflictos entre hijos y padres, entre vecinos, etc. Su autoridad moral era inmensa, casi extraordinaria e indiscutida.
Todo esto, sin dejar de atender, desde luego, sus obliga­ciones como Intendente, realizando viajes a Guido, donde funcionaba la Municipalidad, en cuya localidad hizo erigir un busto a la memoria del (General Don Tomás Guido, en cuya oportunidad intercambió correspondencia con el poeta Guido y Spano que se conserva en el archivo de la familia.
También fundó una biblioteca pública en Guido y otra en Labardén, aparte de que, llevó a este pueblo el Correo, el Telégrafo y el Juzgado de Paz, según dijimos.
Su correspondencia política era nutrida e interesante, ya que acostumbraba exponer sus puntos de vista, con valentía y desinterés, sobro cualquier asunto público, a Gobernadores y Ministros y dirigentes del Partido Conservador, del que fue delegado, convencional, elector de Gobernador y de Presi­dente de la República, presidente del comité vecinal y di­putado provincial. En mi archivo poseo numerosas cartas de políticos destarados y muy especialmente del Dr. Rodolfo Moreno, del cual era muy leal y sincero amigo.
Su gran facilidad de palabra que le permitía hablar durante horas sobre los temas más insospechados, su dialéc­tica vigorosa y la valentía en la exposición de doctrinas, opiniones, elogios o censuras, le permitía intervenir con éxito en las reuniones políticas, pues la gente admiraba su valentía y entusiasmo por la acción proselitista y los adversarios lo respetaban por su sinceridad.
Después de la caída del Partido Conservador en 1917, se le confirió la dirección partidaria de los distritos de Ayacucho y Lobería, en los cuales realizó una intensa y valiente acción opositora.

V. ACTIVIDADES DE MARTILLERO

En el año 1911, la sociedad Garaicochea y Roncoroni resolvió ampliar sus negocios, que ya comprendían —como he explicado— diversas explotaciones agrícola-ganaderas, al ramo de remates ferias, a cuyo fin se constituyó una sociedad por separado, pero vinculada a la firma, bajo el rubro de “Juan Roncoroni y Cía.”.
El socio Juan Roncoroni se presentó el 7 de setiembre al Juzgado en lo Civil de Dolores, a cargo del doctor Ro­dolfo A. Gamez, por la Secretaría del Escribano señor Victo-rio Barberis, solicitando matrícula de martillero público, la que le fue acordada, previa la información pertinente el día II de octubre de dicho año.
La nueva sociedad comenzó inmediatamente sus tareas, extendiendo esas operaciones a una vasta zona de la provin­cia de Buenos Aires, ya que, además de las subastas perió­dicas realizadas en Labardén, asiento de la casa central, se daban remates en fechas fijas en las localidades de Dolores, Monasterio, Castelli, General Guido, Santo Domingo, Maipú, Coronel Vidal, General Paz y Vela, en varias de las cuales —como en Dolores— se construyeron instalaciones costosas, por cuenta de la firma.
Mi padre atendía personalmente la (área de los remates, llevando el martillo, viajaba frecuentemente a las distintas localidades donde existían agentes destinados a recibir las consignaciones y dirigía todas las operaciones, desde su es­critorio de Dolores, aunque la contabilidad se llevaba en la casa central. Era una actividad múltiple, cansadora, casi ex­tenuante, pero mi padre la realizaba con alegría, con el pla­cer especial que proporcionan el éxito y la prosperidad.
Tenía un conocimiento extraordinario de la clientela y dominaba el mundo de los negocios: era experto en hacien­das, que conocía a la perfección. Le bastaba echar una mirada sobre una tropa para conocer su calidad, sus condicio­nes y su valor.
En una oportunidad un ganadero de Dolores, actual­mente fallecido y cuyo nombre no considero del caso dar, le había vendido una tropa de trescientos novillos, acerca de los cuales se acordó precio y condiciones de venta, pues la so­ciedad tenía, además, arrendadas las tres leguas de doña Ma­ría Jáuregui de Pradere, en Dolores, los campos de Ancho-rena en Coronel Vidal y varios establecimientos en Labardén y otros puntos. Cuando fue a recibir la tropa le bastó a mi padre una ligera mirada sobre la hacienda para darse cuenta que los novillos habían sido cambiados, sustituyéndolos por otros de menor peso y calidad Lo llamó a su capataz Zoilo Coria, muy conocedor en haciendas y éste confirmó inme­diatamente el diagnostico: Los novillos habían sido cambiados.
Mi padre encaró inmediatamente al vendedor, apre­miándolo en forma enérgica, hasta que éste confesó que, efec- tivamente, había hecho la sustitución porque "la hacienda había subido".
Para realizar este viaje a una distancia de varias leguas de Dolores, tuvimos que viajar un día entero en una volanta con varios caballos, que atravesaban los cañadones casi a nado.
Los negocios de la casa de remates fueron en franca pros­peridad, acentuándose día a día el volumen de los mismos y la prosperidad de la firma, hasta que la declaración de la guerra europea de 1914, originó una repentina crisis econó­mica, la baja de los valores ganaderos y la ruina de muchos de sus clientes, que se vieron imposibilitados de cumplir con los martilleros. Los Bancos cerraron, asimismo, el crédito de que éstos gozaban, originándose así una situación insostenible que motivó el cese de los negocios y la liquidación de la so­ciedad, como así también de la firma principal.
Afortunadamente —y no obstante la cuantía de las pérdi­das, más de $ 400.000 en un solo año— y el cierre del crédito, aquélla pudo cumplir con todas sus obligaciones y pagar a todos sus acreedores, sin quitas, ni presentación comercial, aun­que con sensible quebranto, pues el activo quedó reducido a la tercera parte, entregándose en pago las haciendas, campos del Chubut y sucursales.
Mi padre luchaba tenazmente para conjurar la crisis, es­tando al borde de la desesperación, pero, finalmente se im­puso su carácter enérgico y logró salir de la emergencia, que­brantado en su patrimonio, pero con voluntad para comen­zar de nuevo en su acción.
A esta crisis de carácter económico le sucedió casi de in­mediato el desastre político. Desalojados los conservadores del poder, por el advenimiento del Partido Radical, hubo de so­portar las contingencias del odio y la persecución políticas. Pero nuevamente se impuso el hombre de carácter y salió a la calle a luchar, casi de inmediato, contra la nueva situación. El Partido Conservador concurrió a las elecciones de 1918 con la fórmula Echagüe-Pintos, que fue derrotada por el bi­nomio radical que integraban don José Camilo Crotto-Luis Monteverde.
La campaña fue activa y enconada y mi padre tomó par­te en ella, con su decisión habitual, realizando actos proselitistas en el Distrito de General Guido, cuya dirección con­servaba y concurriendo a diversas localidades de la Provincia, donde ocupó la tribuna partidaria.
En osa oportunidad yo actuaba, participando activamen­te en política al lado de mi padre y de los inolvidables diri­gentes conservadores Esteban Fació, Domingo J. Negri y Juan Vilgré Lamadrid.
Fui electo presidente del Comité de la Juventud Conser­vadora de Dolores, con el cual realizamos una intensa cam­paña que abarcó además de Dolores, diversas localidades de la Provincia, para lo cual nos trasladamos a Mar del Plata, Chascomús, Miramar, Ayacucho, General Guido, Maipú, La-bardén, etc.
El pico de oro del grupo era Raúl Reales, espíritu selecto y distinguido y orador eficaz, de palabra fácil y convincente.

VI. SU ACTUACIÓN COMO LEGISLADOR

En las elecciones correspondientes al período LXV, años 1918/921, bajo la Intervención Nacional enviada por el Pre­sidente don Hipólito Yrigoyen, don Juan Roncoroni resultó electo Diputado Provincial, por la sección quinta electoral. El Partido Radical obtuvo, en esta sección, 13.143 sufragios, resultando electos los ciudadanos Martín Rapallini, Juan Ga-rralda, Martín Sansinena, Raúl A. Demaría, A. Narciso Bur-gueño, Mario Cima y Andrés J. Wallace y el Partido Con­servador 9.139 votos, correspondiendo bancas a los señores Agustín J. Carús, liberto Vignart, Luis García Herrera, Adol­fo J. Gómez y Juan K o neo ron i, quienes se incorporaron a la Cámara el 29 de abril clr 1918. El Partido Socialista sólo ob­tuvo en esta elección 594 sufragios y la Unión Indepen­diente 9.
La Cámara de Diputados estaba integrada, entonces, por figuras destacadas, siendo algunos juristas eminentes, parla­mentarios brillantes, que habían demostrado su aptitud du­rante mucho tiempo. Por los conservadores actuaban, Tomás Jofré, Luis J. Ruiz Guiñazú, Edgardo J. Míguez, Rodolfo Sa-rrat, Pedro Croppo, Aurelio F. Amoedo, Manuel A. Fresco, Uberto F. Vignarl, Agustín J. Carús, Alberto Espil, Saturnino Salcedo, Antonio R. Chiocconi y Alfredo Rodríguez, entre otros. Por los radicales, Roberto Parry, Vicente Biocca, Sadoc Vidal Luna, Juan B. Machado, Arturo B. Poblet Videla, J. Martínez Sosa, Salvador Viale, Carlos M. Demaría. Por los socialistas, José P. Baliño, Jacinto Oddone, José María Lemos.
No obstante ello el señor Roncoroni, que se estrenaba re­cién en las funciones parlamentarias, tuvo una destacada ac­tuación. Los debates de los años parlamentarios 1918/921 —que he releído recientemente para preparar este trabajo— fueron excepcionales: Se destacan, a mi juicio, la polémica Jofré-Parry sobre el Jurado de Enjuiciamiento; el informe Ruiz Guiñazú, sobre facultades parlamentarias de investigación, la actuación siempre eficaz de Edgardo J. Míguez y la brillan­te oratoria de Sarrat.
Los bloques estaban, además, subdivididos, pues parte de los radicales respondían al Gobernador José Camilo Crotto, al que trataba de jaquear la mayoría yrigoyenista, siendo de­fendido por los conservadores. A su vez, los conservadores estaban también divididos por la escisión del grupo provincialista.
Fue un período que se caracterizó así, por los debates políticos constantes y enconados, pero mi padre se mantuvo en ellos con moderación, un cierto grado de independencia y hasta con un sentido humorístico que terminó por hacerle granjear simpatías.
Con quien mantuvo mayores polémicas fue con los socia­listas, especialmente con Baliño, quien lo atacó rudamente a veces, haciéndolo reaccionar con energía.
Taborda le hizo, entonces, una caricatura a don Juan Roncoroni, en que lo presentaba con el puño cerrado, gol­peando sobre el pupitre y... “atacando a los diputados del trapo rojo, por su falta de carácter.. .”
¡Cosas de la vida!, cuando yo presidí, años después, el bloque conservador (Demócrata Nacional) del Senado, Ba­liño que lo integraba por la Concordancia, fue un buen com­pañero, además de un excelente parlamentario, que me hon­ró con su amistad.
No podría seguir en este trabajo a mi padre, en todos los debates en que intervino —porque prácticamente lo hizo en todas las sesiones— bastando con decir que presidió la Comisión Primera de Hacienda, las sesiones de la Cámara en minoría, formó parte de la Comisión Especial que estudió los proyectos agrarios; otra que investigó la Dirección de Ren­tas, que después de ímproba labor presentó un informe de gran trascendencia política y económica y a raíz del cual les fue retirada a los Valuadores la facultad de percibir impues­tos, a cargo, en lo sucesivo, del Banco de la Provincia. Mi padre recorrió la mayor parte de las Valuaciones y aprove­chando sus conocimientos de contabilidad (era Contador Pú­blico) sacó a luz numerosas irregularidades, que determinaron cesantías de funcionarios.
Promovió también una interpelación al Ministro de Obras Públicas, sobre el funcionamiento de la Escuela de Fruti­cultura de Dolores, realizándose un debate apasionado e inte­resante de gran repercusión pública y a raíz de lo cual el señor Roncoroni recibió numerosas cartas de felicitación de muchas personas (que obran en mi poder).
Presentó Minutas de comunicación sobre: designación del cargo de Fiscal en Dolores, designación del Procurador General de la Suprema Corle de Justicia; distribución del diario de sesiones a las bibliotecas públicas; subsidio al Tiro Federal de Dolores; vacantes judiciales; apertura del edificio de los Tribunales do Dolores (estaba clausurado) y que ob­tuvo a raíz de esta gestión.
Dos debates promovidos por él tuvieron singular reso­nancia.
Por el primero de ellos, postuló la necesidad de que el Banco de la Provincia de Buenos Aires funcionara en la Pro­vincia y no en la Capital Federal, donde estaba su sede prin­cipal; que no llevara los recursos provenientes del trabajo del agro provincial para llenar necesidades metropolitanas y que instalara su casa matriz dentro del territorio provincial. Su iniciativa no prosperó pero, con posterioridad y después de su fallecimiento, tuve la satisfacción de que, alguna persona vinculada a las autoridades bancarias (de ese momento) re­quiriera los diarios de sesiones de ese debate.
El otro asunto se refirió a su oposición al otorgamiento de nuevas concesiones para el juego oficializado, que atacó enérgicamente, oponiéndose a toda concesión de ruletas e hipódromos.
Participó asimismo, en innumerables debates, entre los que menciono los siguientes: sobre Desagües en el Sur; subsidio a las víctimas del ciclón de San Cayetano; situación del Consejero Matías Brenan; Rambla de Mar del Plata; indus­tria lechera; cuestiones de preferencia; discusiones en mino­ría; facultades de la Honorable Cámara; precio de los artículos de primera necesidad; reglamento; integración del Jury de Enjuiciamiento de Magistrados; exportación de trigo; ejerci­cio de la procuración; asistencia de los diputados; preferencia sobre el azúcar; subsidio a los legisladores; minutas sobre alcaloides; reformas a la ley electoral; fianzas de procurado­res, etc.
También informó numerosos despachos de la Comisión Primera de Hacienda, entre otros, uno muy importante rela­cionado con la planta conocida como "Formiun Tenax", apta para la fabricación de hilo sisal, derivado de la industria bolsera. Para hacer este informe recorrió minuciosamente todo el Delta del Paraná e hizo investigaciones personales en dis­tintos sitios, a fin de compenetrarse debidamente del asunto, sobre el que tenía que expedirse la comisión, mereciendo por ello la aprobación de la Cámara y felicitaciones de la "Aso­ciación Argentina para el Cultivo y la Elaboración de las Fibras Textiles". Otros despachos se referían al empréstito de $ 2.000.000 para abaratar el azúcar; a la explotación de la Laguna de Chascomús; autorización a municipalidades, hacién­dolo siempre con autoridad y gran acopio de datos.
Presentó proyectos, con su sola firma o con la de otros colegas sobre creación de un Juzgado en lo Civil y Comer­cial en Dolores (que yo reproduje, años después e hice san­cionar); aumento de sueldos a los agentes de policía; bom­beros y escribientes; ampliación de la Ley de Justicia de Paz; compra de la obra "La Argentinidad"; pago de dos me­ses de sueldo a Antonio Ragni; construcción de dos puentes en el camino Dolores-General Lavalle; puente sobre el arroyo "El Mirador" (General Guido); sobre publicación de edictos judiciales y otros.

La orientación que surge de sus discursos y acción par­lamentaria tiene un sentido moralizante, provincialista y de defensa de los humildes, que fueron sus amigos de toda la vida.

VIL ACCIÓN PARTIDARIA

En Ayacucho.
Cuando don Juan Roncoroni fue enviado a Ayacucho para hacerse cargo de la situación política opositora, tuvo que afrontar serios problemas. Era la situación de Ayacucho netamente radical y el prestigio de su dirigente el Dr. Pedro Solanet, que era mucho, se unía la circunstancia de haber sido proclamado candidato a Vicegobernador de la Provincia. El Partido Conservador estaba quebrado totalmente, pues sus viejos dirigentes don Pastor Castaño, don Felipe Pinero y don Federico Breede habían fallecido o dejado de actuar.
Había que introducir una cuña en ese viejo baluarte del radicalismo, donde todo: hacendados, comerciantes, pro­fesionales y hasta los obreros seguían la bandera del Partido Radical y a su prestigioso dirigente.
Don Juan Roncoroni fue el hombre.
Comenzó por adoptar métodos políticos totalmente nuevos.
Consiguió la adhesión de los viejos conservadores —un
tanto desmoralizados y quebrados por la reciente caída del
partido, pero buscó sobre todo el apoyo de la gente nueva.

Con ésta formó un núcleo de jóvenes, al que insufló su propio entusiasmo y resolución.
Constituyó una Academia de oradores, en la que aquellos se ejercitaban en el aprendizaje de la oratoria, bajo su experta y diligente dirección. Los jóvenes tenían que hablar en pri­vado y delante de él y sus compañeros, que les hacían observaciones, y, luego de considerarlos preparados eran man­dados a la plaza pública para hacer sus primeras armas.

Se ingenió para hacer propaganda en toda forma, agi­tando el ambiente con todos los recursos e ideas imaginables, desde el pasear los heridos de su bando en coches descu­biertos, exhibiéndolos a la consideración del vecindario; hasta el de las "conferencias relámpago", volantes y carteles, fiestas populares, etc. Sus muchachos lo seguían con un entusiasmo realmente singular, no obstante que el radicalismo agotaba sus múltiples recursos para obstruir la acción del bravo diri­gente conservador.
Recuerdo que una noche en que yo (joven de 20 años) acompañaba a mi padre y hablaba desde el quiosco de la Plaza principal haciendo algunas apreciaciones sobre don Hi­pólito Yrigoyen, desde un grupo de radicales que estaban cerca de la tribuna partió una voz: Miente!
Le contesté enérgicamente y proseguí mi discurso, mien­tras mi padre se bajaba de la tribuna y encarando a los pro­vocadores los convenció de que debían abandonar el lugar, como lo hicieron.
Otra modalidad que introdujo en la propaganda fue el de las "réplicas" que anunciaba siempre con anticipación» Cuando un orador de un partido político hablaba en un acto, mi padre anunciaba de inmediato, su "réplica" y, en la pró­xima conferencia, destruía sus argumentaciones, punto por punto. Tenía una gran memoria y la facultad de retener todo lo que habían dicho sus contrincantes, por lo que la réplica generalmente le resultaba fácil
Cuando el tren especial de la fórmula conservadora, in­tegrada por los doctores Rodolfo Moreno y Ángel Sánchez Elia, llegó a Ayacucho, la consigna era no bajar del tren, porque se consideraba imposible que Ayacucho respondiera al partido opositor. Grande fue, pues, la sorpresa de los can­didatos cuando mi padre les presentó una columna cívica formada por 500 ciudadanos, que, con una banda de música al frente, recorrió las calles de la población y se congregó luego en el Teatro Landó, donde los candidatos pronunciaron sus discursos.
Las elecciones en el distrito de Ayacucho fueron muy buenas y arrojaron un resultado que excedió a todas las esperanzas.
En Lobería.
Actuó también durante muchos años con dirigentes del distrito de Lobería, antes de la revolución de 1930.
Vinculado personalmente al grupo de hombres que actua­ban, entonces, en esa localidad al frente del Partido Conser­vador, Alfredo y Toroto Campos, don Luis Arce, Manuel J. Raggio, Alberto, Francisco y Salvador González Videau, Luis Brandam, Luis Arzuaga y otros que lamento no recordar, era llamado invariablemente en todas las elecciones, durante muchos años, para dirigir la propaganda política de la opo­sición.
Repitió allí sus métodos de Ayacucho, levantó el espíritu de los conservadores, atacó vigorosamente a sus contrarios, replicó a todos y encabezó actos partidarios en forma viril, cuyo recuerdo tienen todos todavía en esa localidad. Se mezclaba con el pueblo y se hacía querer. El partido tuvo así victorias resonantes en aquel distrito, conquistando la municipalidad desde la oposición y contro­lando al oficialismo provincial.
En varias oportunidades el distrito lo indicó como pre­candidato a diputado provincial, distinción que también me­reció de los distritos de Ayacucho, Coronel Vidal (Mar Chi­quita), General Alvarado, Necochea y otros, donde también era requerida frecuentemente su presencia, como así desde las localidades de Tres Arroyos, San Cayetano, Necochea, Juan N. Fernández, La Dulce y otras.

En General Guido.
Su actuación política en General Guido se remonta como ya lo he expresado a los comienzos del siglo.
La política que hacía mi padre, entonces, tenía un carác­ter patriarcal, diremos así, lo que era común en el país. El sistema consistía en el favor, el servicio y el trato personal, la visita continua del elector y especialmente en la época de elecciones.
Había que tener dos condiciones que eran entonces indis­pensables: gastar mucho dinero del propio bolsillo, para ayu­dar al pueblo y sostener a los electores y tener guapeza para afrontar las situaciones de carácter personal, porque, entonces, el paisano más desgraciado tenía un facón tan largo como un asador y lo grave era. . . que lo usaba con frecuencia y por cualquier motivo.
Después de la recorrida de la campaña que se hacía casa por casa y personalmente, tomando mate en todas partes y comiendo un churrasco revolcado, se contrataba un tren especial —pagado naturalmente por él— para conducir a los electores a la cabecera de distrito, donde se agrupaban en el comité central, para salir de ahí, en grupos al comicio.
Desde niño he presenciado este espectáculo y acompañado siempre a mi padre y recuerdo que, en una oportunidad me mandó a Ayacucho, capitaneando un grupo de criollos ami­gos, Y yo estaba muy ancho compenetrado de la importancia de mi misión, aunque me faltaban muchos años para ejercitar mis derechos cívicos.

VIII. VALOR PERSONAL

No voy a relatar, aquí los actos de valor personal de que dio muestras don Juan Roncoroni en todas las circuns­tancias de su vida, no sólo porque ellas son públicamente conocidas en las localidades en que actuó, sino porque las anécdotas correspondientes darían origen, por sí solas, a un libro.
Baste decir que, en ninguna oportunidad, ni ante nadie, dejó de afrontar las situaciones que se le presentaban, ya fuera con personas aisladas o con grupos, hubiera o no lugar a duelo, o se tratara de incidentes de carácter personal y directo. Ni algún gobernador que le mandó un piquete poli­cial para amedrentarlo, pudo conseguir su objeto, ya que él se encaró, de inmediato con el jefe de las fuerzas y. .. no pasó nada.
La rapidez de sus decisiones eran famosas.
Recuerdo que, una vez., en que estaba el templo de La-bardén totalmente lleno, a una de las niñas que se habían acercado al altar para recibir la primera comunión, con sus vestidos tradicionales, con la vela que tenía en la mano se le incendió el tul del traje de comunión. Mientras en la igle­sia corría una sensación de terror, pues la niña se incendiaba, don Juan Roncoroni, que estaba sentado en uno de los pri­meros bancos, dando un salto por encima del mismo y qui­tándose el saco la cubrió rápidamente evitando así la tragedia.
A este episodio que tuvo honda repercusión en su época, mi padre no le daba ninguna importancia.

IX. AMIGOS Y ENEMIGOS

La manera de ser franca y leal de don Juan Roncoroni le granjeó muchos amigos, pero también muchos enemigos. No era un hombre "de medias tintas", ni de actitudes ambi­guas, siempre decía lo que pensaba, gustara o no.
Conservador desde la juventud, lo fue hasta el día de su muerte, a los 73 años, aunque, después de la Revolución de setiembre de 1930 y disconforme con el avance de muchos "paracaidistas" que ocuparon los primeros planos, en lugar de los viejos luchadores, se consideró defraudado y se retiró, sin hacer sin embargo, daño al partido, en el que había actuado toda su vida.
Así como fue fiel a su partido y a sus amigos, atacó rudamente a sus adversarios, lo que le granjeó grandes ene­mistades, aunque, por la admiración que provocaba su ente­reza e integridad de convicciones, era respetado.

X. SOCIEDAD

En el año 1920 constituimos una sociedad con mi. padre, para atender el estudio jurídico que instalé, ese año en Do­lores, al recibirme de abogado.
Mientras yo dirigía la parte jurídica, él atendía a la clientela, escribía o dictaba personalmente la corresponden­cia, llevaba la contabilidad, cobraba y efectuaba pagos, ase­soraba en las cuestiones comerciales (era Contador Público) o de carácter rural y daba los remates judiciales.
Nuestra sociedad fue un éxito, casi sin precedentes en Dolores. Mi padre tenía relaciones innumerables, conocía a todo el mundo y desplegaba una actividad extraordinaria.
Viajaba continuamente, recorriendo las localidades del distrito, visitando a sus amigos, aún a los más pobres y humil­des. Así, acercándose al pueblo, tenía la oportunidad de mantener y fortalecer sus viejas amistades.
En algunas localidades como Lobería, Miramar, Coronel Vidal, Piran, Necochea, San Cayetano, Balcarce —que, enton­ces correspondían al Departamento Judicial del Sud, con asiento en Dolores—, la visita de mi padre era, siempre, un acontecimiento. Apenas se enteraban de su llegada, venían a visitarlo infinidad de personas, de humilde condición, que se sentían cómodas en su presencia, porque él los trataba siem­pre con democrática sencillez. También les prestaba innume­rables servicios en forma gratuita.

Gracias a esa actividad, tesón y honestos procederes, mi padre pudo restablecer su situación económica, que había sufrido grave quebranto a causa de las crisis anteriores.
El día 19 de diciembre de 1940 disolvimos nuestra socie­dad y desde entonces no trabajó más, aún cuando siempre atendía consultas de muchos amigos.
Leía, entonces, profusamente libros de historia, biogra­fías, viajes y aventuras y estaba informado de todo lo que pasaba en el país y el extranjero.
El Testamento.
El 17 de abril de 1942 redactó de su puño y letra su testamento que, su esposa o hijos respetaron escrupulosamente y que era de un gran valor moral.
Al mismo agregó un Codicilo, también de su puño y letra, en el que dio instrucciones a su esposa e hijos sobre la manera de proceder después de su fallecimiento.
La enfermedad.
En el año 1944 cayó enfermo de gravedad, víctima de un ataque hemiplégico que lo mantuvo en cama hasta su muerte.
Tuvo, entonces, la satisfacción de gozar de la simpatía y amistad de muchos de los hijos de aquellos que lo habían combatido y que concurrían hasta su lecho de dolor, para distraerlo y acompañarlo.
De sus amigos, sólo puedo decir que fueron legión. Mu­chos de ellos —ya anciano— lo siguieron fielmente hasta el día de su muerte. Don Juan, como lo llamaban cariñosamente, era para ellos un amigo leal y generoso, un consejero ina­preciable y en quien confiaban ciegamente. Uno de ellos, anciano ya, lloraba como un niño el día de su sepelio al que asistió una concurrencia extraordinaria de varios lugares de la Provincia.

La familia recibió, con tal motivo, 5000 cartas y tele­gramas.
Bodas de oro matrimoniales.
El 4 de abril de 1946, se celebraron las BODAS DE ORO del matrimonio con mi madre.
No obstante estar enfermo, en cama y hemiplégico, se levantó para agasajar a su esposa, hijos, yernos, nueras, nietos y nietas, que asistieron en esa oportunidad, a nuestra casa de Dolores, Vucetich 146, sin que ninguno faltara:
Dr. Atilio Roncoroni, su señora Marcela Clara Santander y sus hijos Atilio Régulo y Jorge Mario. Dr. Abel Roncoroni, su señora Ninita Villoldo y sus hijos Abel Mario y Nina Te-resita. Ana Roncoroni, su esposo Dr. Carlos Suárez Anzorena y sus hijos Ana María y Carlos. Armando Roncoroni, su es­posa Nilda Daguerre y sus hijos Nilda Myrian, Armando y Liliana. Dr. Aníbal Roncoroni, su esposa María Teresa Ca­rrascosa. Angélica Roncoroni, su esposo Cayetano Giaroli y sus hijos Guillermo y Marta. Arminda Roncoroni, su esposo doc­tor Ovidio Senet y sus hijos Ovidio Jorge, María Rosa y Horacio. Dr. Juan Argentino Roncoroni.
Fue una fiesta de alegría y regocijo en la que partici­pamos todos.
Su mesa, como lo estuvo toda su vida, fue ampliamente generosa, espléndida, pues siempre fue característica desta­cada de mi padre, el ocuparse personalmente de este aspecto. No concebía ningún acto familiar, político o el de un simple remate, en que él participara, sin el correspondiente agasajo culinario, en el que participaban generosamente todos sus amigos y parientes.
Al finalizar el ágape, su hijo Atilio y su nieta Ana María Suárez Anzorena, brindaron, en sentidas palabras, por la salud del padre y abuelo, y por su digna compañera doña

Ana Paguapé de Roncoroni, agradeciéndoles los sacrificios que habían hecho para darles educación a todos.
El contestó, emocionadísimo y no obstante su inhabilidad física, pronunció un discurso de carácter retrospectivo, que nos hizo llorar a todos. Destacó, especialmente, la acción tu­telar de su compañera, fiel, abnegada, heroica y santa madre, que lo había acompañado durante 50 años, realizando sacri­ficios para el bien de todos.
Sacamos luego una fotografía familiar, que fue la última, pues poco tiempo después faltado nuestro cuñado Cayetano Giaroli y casi enseguida el, el 4 de agosto de 1946.
Fallecieron, con posterioridad su abnegada esposa doña Ana Paguapé, sus hijos Dr. Abel, Armando y Dr. Anibal; su yerno Dr. Carlos Suárez Anzorena y su nuera Marcela Clara Santander de Roncoroni; sus nietos Abelito y Jorge Atilio Juan Roncoroni Stabile, la mayor parte de los cuales, con la abuela Angela Somaini de Roncoroni y los párvulos Adolfo Pedro y Aída Antonia, reposan en la bóveda familiar en Dolores.
Juan Argentino Roncoroni formó su hogar con Rita An­tonia Oubiña, de cuya unión nacieron cuatro hijos: Juan Manuel, Carlos Alfredo, Luis Aníbal y Santiago Miguel.
Homenajes.
Con motivo de cumplirse en el mes de noviembre próxi­mo, el centenario de su nacimiento la Municipalidad de Gene­ral Guido ha resuello honrar su memoria dándole su nombre a una calle de la localidad de Labardén.
Su familia y sus amigos también organizan diversos actos recordatorios en los lugares de su actuación.
Dolores, octubre de 1973.


APÉNDICE

CARTA A DON SANTIAGO LURO
Labardén, noviembre 27 de 1911.
Señor doctor don Santiago Luro.
Presente.

Muy señor mío:
Me duele en el alma el tener que cumplir con el deber de dirigirle la presente carta abierta, pero los hechos producidos en nuestro partido, y que son aquí del dominio público, me ponen en caso de hacerlo, sin vacilaciones, ni miramientos, pa­ra que cada cual ocupe el lugar que le corresponde, y cargue con las responsabilidades a que se haya hecho acreedor.
No extrañará usted que empiece por recordarle, que somos habitantes y ciudadanos de un país libre, republicano, demo­crático, representativo y federal y, que en consecuencia, todos tenemos derecho a intervenir en la cosa pública, sin distinción de clases ni condiciones, sin más título que el tener el orgullo de haber nacido en el suelo argentino, cuna de la libertad de un Continente, y no lo extrañará, repito, porque en el curso de la presente, serán tan asombrosas mis aseveraciones, que habremos de dudar si aquello es cierto, o si es algo que aún forma parte de las grandes aspiraciones de los pueblos sin redención.
La escuela, esa portentosa concepción de la ciencia huma­na, nos ha enseñado desde pequeñitos, a amar el pedazo de suelo que nos vio nacer, buscando por todos los medios lícitos y honrados a nuestro alcance, su bienestar, su progreso, y gra­bándonos de una manera indeleble en nuestros corazones, que, si siempre hubo centenares de patriotas de nombres imborrables, que regaron con su sangre el árbol de la libertad, y sa­crificaron en holocausto de la Patria, su tranquilidad, haberes y fama, para legarnos como patrimonio, ese precioso don que tenemos el deber de conservar.

Cada uno puede entender el patriotismo y practicarlo a su manera; pero, siempre con la base de impulsar en la esfera de cada cual el progreso de la región donde nació, se ha formado, o vive, tanto en la parte moral y ciudadana, como en la parte material, ya que la suerte nos ha deparado la cómoda época, de que no nos pide otros sacrificios la madre común.
Que usted es una personalidad, políticamente, nadie lo po­ne en duda, lo reconozco, pero por lo que respecta; al progreso de nuestro partido, los vecinos tenemos el derecho de recor­darle, que su actuación en él está absolutamente en desacuer­do con ese volumen, puesto que nada, absolutamente nada te­nemos aquí que agradecerle, ni jamás usted ni ninguno de otros varios vecinos poderosos, han hecho nunca empeño por nues­tro progreso moral ni material, o ha estado ello estancado, o marchando para atrás, o avanzando débilmente, impulsado por sentimientos generosos, pero esterilizados, por una indiferencia rayana en la insensatez. Así es como estos pobres pueblos se arrastran en la inercia de una vida lánguida, como si no for­maran parte del territorio de la Patria, y sus vecinos podero­sos hubieran olvidado aquellas enseñanzas, de que acabo de hablar.
Pero, así y todo, con ser una desidia indisculpable, tiene su explicación en el hecho de que, con no hacerlo, no se in­fringen las disposiciones de la ley, es una devoción puramente voluntaria, tira del carro del progreso quien quiere, y contri­buye bien sea pecuniariamente, o con sus energías, influencias y trabajos, el que tenga más acendrado cariño al pedazo de tierra donde haya formado su hogar, porvenir o fortuna. Sin embargo, la conciencia del que no haya hecho nunca nada, no debería estar muy tranquila, cuando llegado a los dinteles de la vejez, contempla el camino recorrido, y tiene forzosamen­te que sentirse poco satisfecho de sí mismo, si compara su vida con la de los que he descripto al principio: Todo en este mun­do tiene su recompensa, su castigo, y el pueblo se encarga de aquilatar con el respeto de la posteridad, los beneficios que haya recibido.
Aparte de todo esto, hay cosas que ya no son espontáneas, sino que es una verdadera obligación el cumplirlas; tales son por ejemplo el enseñar el verdadero deber y dignidad ciuda­dana, a los pobres obreros campesinos, que trabajan con nos­otros, mostrarles el camino de las urnas, para que cumplan con sus deberes cívicos, y no marchando a ellas, como quien va arreando una tropa de ganado destinada al matadero, contan­do como contamos en nuestro querido paisano, con la hermosa piedra diamantina de su cariño innato a la tierra que le vio nacer, y donde, con bien poco trabajo, hay materia para la­brar un digna ciudadano. Al fin y al cabo son tan argentinos como usted y yo, y el día de mañana, con la sonrisa en los la­bios, rendirán su vida, en el montón anónimo, por defender la integridad y honra de la Patria.
Sin embargo he notado que los peones de su establecimien­to, al contribuir con su presencia y con su voto, a formar el comité local del Partido Conservador, tenían el corazón y la mente, exteriorizados por entusiastas vivas en una parte, y la lista con orden de votarla en, otra, pero por fin, sea de un mo­do u otro, se constituyó el comité, y a esto vengo.
Usted es el señor Presidente del Comité Central del Parti­do Conservador en la Provincia, y como tal, tiene usted la obli­gación de enseñarnos a los demás partidarios, a respetar la Carta Orgánica del Partido, empezando por respetarla usted mismo; el comité local de ese partido no es su estancia, ni so­mos sus peones de usted, los adherentes, y en consecuencia, tenemos derecho de intervenir, con voz y voto, los componentes, tanto de la Comisión Ejecutiva, como los de la de Propaganda, en la confección de las listas de candidatos, para Municipales y Consejeros Escolares. Que conste, que ha empequeñecido us­ted su personalidad, rebajándola al punto de formar una pe­queña asonada, y conciliábulo, fuera del orden legal, para satis­facer un amor propio, que tiene la misma importancia enfren­te de los intereses generales del Partido, como los adelantos que éste le debe a los tres o cuatro que entraron en él.
Las consecuencias las estamos palpando: Con ser ustedes personas de mucho caudal político en el orden general, han sufrido una derrota, en toda la línea, en el partido, cuyo ve­cindario conocedor de lo que le conviene, ha seguido a los que están en continuo contacto con sus necesidades, y vinculados a todos sus progresos, dejando a un lado a los que no cuentan en el partido para llevar a las urnas más que a sus peones, es­tando en el orden lógica de las cosas, que no arrastren a nadie más, por falta de base, popularidad, y ésta se cimenta con he­chos que redunden en beneficio de los intereses generales, he­chos de que, ni por asomo, ni remotamente, puede recordarse en la historia de nuestro partido.
De esta enseñanza, desearía de todo corazón, saliera be­neficiado nuestro partido, el más pobre y atrasado de toda la Provincia, con ser uno de los más antiguos de esta zona: Que levantando la mente, y el corazón, por encima de todo perso­nalismo estrecho, intervengan sí, en las cosas que a todos con­ciernan, pero no dando malos ejemplos, sino con altura y em­pezando por hacer méritos ante la consideración del vecindario, trabajando por su progreso, gastando, ni aunque fuera en mí­nima parte en su beneficio, esas poderosas influencias que na­die le discute, y entonces, ya verá usted que nos agruparemos todos para seguirlos en calidad de soldados, y no tendrán la derrota, sino una merecida y bien conquistada popularidad, cual cumple a ciudadanos que tienen un alma grande, y la mente iluminada, por la noble visión de su engrandecimiento.
Le saluda Atte. S. S. y convecino.

JUAN RONCORONI.