sábado, 23 de octubre de 2010

Homenaje a Ronqueta

Mi abuelo en un pequeño libro llamado Semblanza de un luchador, decía que es muy difícil para un hijo rendir homenaje a su padre escribiendo sobre él. En la obra que refiero, el viejo Atilio Roncoroni contaba algunas anécdotas y aspectos de la vida de don Juan, a quien definía como el autor de sus días. Hoy más que nunca comprendo lo que le pasaba a mi abuelo, cuando deseo recordar a mi papá, el hijo de aquel viejo.

Si bien circunscribir la vida de mi padre a su amor a la cinefilia es absolutamente parcial para un hombre de su talla, esta actividad que desarrollo a lo largo de décadas de su vida lo definen como persona. Pues, ya se tratara de hinchar por “La Academia”, de comer dulce de leche, o de criar Airedales Terriers, el lo hacía con total pasión y entusiasmo. Si algo le gustaba lo consumía vorazmente. Sus equívocos y defectos eran proporcionales a su profunda humanidad. Era absolutamente afectivo, pero era necesario descubrirlo; muchas personas que creyeron conocerlo, en realidad se lo perdieron. Detrás de sus inmensos bigotes, su mal humor, sus ideas reaccionarias, impaciencia y parquedad se escondía un hombre bueno y tierno. A mi padre sólo lo descubrían los amigos y seres más cercanos.

Dicen que los perros se parecen a sus dueños, Ronqueta no tenía la fisonomía de un Airedale, pero si la nobleza en el carácter, su inteligencia y sagacidad, la practica de la siesta, la defensa de su casa y su familia. Como los perros del condado de Yorkshire, era cariñoso con amigos, y preocupante para sus enemigos. Papá no mordía, pero su ladrido era atemorizante. Como el rey de los terriers estaba atento y vigilante ante la agresión, si bien su dentellada no era peligrosa para el oponente, su puño era lanzado con un golpe y contundente. Solía tener actos de pugilismo callejero siendo ya un hombre mayor, y utilizaba como principal arma el factor sorpresa. Cuando el entusiasmo lo gobernaba tenía el carácter vivaz e inquieto del Irish Terrier.

Estaba orgullozo de sus lechigadas perrunas y humanas, dado que fue padre prolífico. Con Martita, mi mamá, criaron siete hijos y cientos de perros. Nosotros, sus hijos, yernos y nueras, nos encargamos de llenar sus últimos años de nietos. Mi padre y sus cuentos merecen un libro, que quizás nunca escriba pero que ya está grabado en la memoria de aquellos que tuvimos la suerte de correr el velo del gran Ronqueta, en ese enorme tintero colectivo quedan las versiones noveladas de la vida de Don Carlos Gesell, de los pintores argentinos y su desempeños durante 50 años como abogado de pueblo y campo en diferentes rincones de la Provincia de Buenos Aires.
Desde chico lo admiraba desde un rincón de la mesa, mientras comíamos, como al gigante de 1,68 m. que era. Su estatura debía ser medida desde las cejas para arriba, poseía en enorme talento, que sólo ejercía de a ratos y a veces con displicencia. Era una maravilla escucharlo contar sus narraciones, cada vez más nutridas, referentes a su profesión, donde desfilaban, abogados, testigos, presos, jueces y casos judiciales; o los otros relatos donde transcurrían partidos de futbol o aplazos estudiantiles de alguno de sus hijos. Era de una sabiduría práctica y concreta, como él decía siempre: Esclavo de sus palabras y carcelero de su silencio. No daba muchos consejos, pero cuando lo hacía casi seguro eran certeros y sobre todo prácticos. Nunca dejaré de agradecer las inmenzas enseñanzas y todo lo que hizo por mí.

Dicen que ha muerto, pero esta es la más brutal de las mentiras… Sí está allí, en la platea del cilindro de Avellaneda, sí está allí, en el bar de enfrente dispuesto a pagar los cafés de todos los parroquianos, sí está allí…en cada exposición donde una Airedale Terrier espera tenso, con la cola en alto, el ojo avisor, esperando para entrar a pista.
Juan Pablo Roncoroni
Séptimo cachorro
Humano de Ronqueta.

La presente nota fue publicada en el catalago de la Exposición de Perros de la Federación Cinológica Argentina que se desarrollo en Villa Gesell, el 18 y 19 de noviembre de 2006. El Kennel Club Villa Gesell desarrolla desde hace años dos exposiciones de todas las razas anualmente. Jorge Mario Roncoroni, fue fundador del Kennel Club Villa Gesell, también su presidente y benefactor. Mi padre muere el 9 de diciembre de 2005, varios meses después cuando se realizó la exposición de noviembre del KCVG, sus autoridades me concedieron el honor de que escribiera unas palabras sobre mi padre.

viernes, 22 de octubre de 2010

La memoria con el paso del tiempo se llena de agujeros, como si fuera un trapo apolillado. Es entonces cuando uno reteje las porciones de pasado que le faltan a esa tela, inventado inconscientemente  cosas que quizás nunca ocurrieron. A la tela original a y los parches inventados los llamamos recuerdos.
El Anfibio de Don Carlos
Según yo recuerdo, el anfibio de Don Carlos Gesell era un artefacto enorme, tenía entre ocho y diez metros de eslora y tres de manga. También era bastante alto, creo que 3 metros. Tenía unas ruedas lisas de avión enormes, como las que usan los camiones 4x4 canadienses. Estaba pintado de dos colores… naranja y blanco. Visualmente era un barco con ruedas, como esas seudo-embarcaciones que hacen paseos por la Boulevard Marítimo en Mar del Plata. Al anfibio del fundador lo ví paseando unas pocas veces por las calles de Villa Gesell, o por la playa; pero jamás por el mar.
Mi padre, Jorge Mario Roncoroni, en su calidad de abogado tuvo la oportunidad de asesorar legalmente a Don Carlos Gesell. Siempre lo recordaba con gran cariño y le encantaba contar anécdotas que reflejaban la personalidad genial y excéntrica de Don Carlos. En una época a mediados de la década del 70, mi progenitor, periódicamente se reunía con Gesell en la casa del pinar del norte. Allí tenía la oportunidad de charlar de cosas que eran ajenas a su trabajo, Don Carlos le contaba sus proyectos, le hablaba de sus inventos y sus sueños.
El famoso anfibio fue fabricado en forma artesanal en los talleres de la administración Gesell, Don Carlos hacía los dibujos y aportaba las ideas centrales y Rubén Collado construía el vehículo y contribuía con sus propias invenciones. El constructor de la embarcación era conocido en el pueblo con el mote de “El Loco Collado”. Sus reiterados fracasos al intentar hacer flotar el anfibio en el mar, hicieron que el prestigio de esta persona cayera como un tobogán entre la opinión generalizada de los geselinos. La mayoría de la gente, creía que Collado era sólo eso… un loco. Sin embargo, loco o cuerdo, en la década del 80 y 90’ Collado demostró ser un genio. No construyendo anfibios, pero si descubriendo y rescatando naufragios de barcos españoles, repletos de monedas de oro y otros objetos de gran valor económico e histórico, en el Río de la Plata.   
Al ver que los experimentos con el anfibio iban de mal en peor, y que la flotabilidad del mismo era precaria, un día mi padre le hace una broma a  Carlos Gesell… Le dijo con sorna:
-          - Oiga, Don Carlos ¿Cómo anda el submarino?
-          - ¿Qué submarino… doctor? Dijo Gesell desorientado
-         -  ¡Ese aparato naranja y blanco… que anda más por abajo del agua, que por su superficie.
-          No me parece graciosa, su broma… respondió Don Carlos algo enojado.
-         -  No se enoje, Don Carlos, es una broma, yo lo respeto y admiro todo lo que usted hace. Sólo que a veces, como soy un hombre práctico, no lo entiendo. ¿Cuánto dinero lleva gastado en su Anfibio, y los honorarios del loco Collado? ¿No vió los remates de la Armada que salen publicados en el diario La Nación?

Carlos, abrió lentamente el cajón de su escritorio, y comenzó a sacar recortes de diarios, eran los avisos a los que mi padre hacía referencia, allí había varios anfibios de la marina publicados. Don Carlos dijo….
-          Claro doctor, ya sé que la Armada vende anfibios. Y ya saqué la cuenta, realmente es más barato comprar un anfibio hecho y repararlo en lugar de construir uno desde cero. Pero si compro un Anfibio, ya hecho…

- ¿- Yo cómo me divierto?   
  
Ese día mi padre comprendió cabalmente la personalidad de Carlos Idaho Gesell, y se dio cuenta de que lo locos son los que no sueñan.