sábado, 7 de noviembre de 2009

El Diario del Yeyo

Mi abuelo defendía sus ideas disparando plomo.

Mi asombro infantil no terminaba jamás de crecer ante la máquina mágica que diagramaba e imprimía “El Nacional” de la ciudad de Dolores. Publicación de la que supo ser corresponsal mi bisabuelo “Don Juan Roncoroni” cuando el siglo XX recien nacía; y que luego fuera adquirida en 1941 por mi abuelo el “Dr. Atilio Roncoroni”. El Yeyo, fue propietario y director del diario hasta el último minuto de su vida. En 1977, al morir mi abuelo el periódico fue dirigido, por un corto período por mi tío el Dr. Atilio Regulo Roncoroni. Posteriormente “El Nacional” fue vendido y dejo de pertenecer a nuestra familia. En los 36 años que el matutino de Dolores estuvo en manos de mi abuelo sirvió a los objetivos informativos y sociales de la ciudad, aunque también para expresar las ideas políticas de Don Atilio. Quien, como el mismo decía de su propio padre en Semblanza de un Luchador, no era un hombre de medias tintas. Nuestro abuelo estaba convencido de lo que pensaba, no temía publicarlo y siempre se atenía a las consecuencias, ya me referiré oportunamente a ello. Sin embargo, lo que más recuerdo de “El Nacional” es la máquina de la que hago referencia al principio.
La linotipia es un sistema de diagramación e impresión que nace en el año 1884, remplazando al método extremadamente artesanal de imprenta de tipos móviles que para entonces no difería mucho de la que hubiera inventado Gutemberg en 1449. Pues los operarios debía tomar el molde de cada letra y colocarlo manualmente en una caja para ir formando el texto que una vez finalizado era entintado, y luego al aplicar la hojas por presión se producía la impresión. Con el gran invento que significo la linotipia el operario vio facilitado su trabajo. El linotipista se sentaba ante un teclado similar al de una maquina de escribir, y al pulsar cada letra, espacio en blanco o signo de puntuación, de la parte superior del aparato bajaban unos moldes de bronce que se iban acomodando en un lugar estratégico. Cuando el renglón estaba completo, gracias al vertido automático de plomo derretido y otros artilugios técnicos, la imprenta del Yeyo disparaba una suerte de pequeño lingote de plomo que ella misma se encargaba de acomodar. El plomo que propulsaba Don Atilio no provenía de ningún arma de fuego. Sino que, solo sabe dios como, iba formando el molde de cada página del diario. Luego se realizaba una impresión de prueba. Y es aquí donde aparecía implacable con su lupa –nunca quiso usar anteojos- el viejo Roncoroni. Quien, entre otras cosas, se encargaba de corregir el diario y de escribir muchas de sus notas. Detectado el error se extraía el renglón defectuoso y se volvía a fabricar con la invención que en esa época era usada por todos los diarios del planeta.
Es maravillosos recordar es ese anciano metódico, a quien el castigo bíblico del trabajo no le correspondió, dado que para él cada jornada laboriosa era una ocupación que enriquecía su vida. Siendo ya un hombre anciano se levantaba a las cinco o seis de la mañana de cada día para emprender una vida cuya austeridad rayaba en el ascetismo, sin embargo la abundancia se manifestaba en el pensamiento y compromiso con el trabajo. Luego de los infaltables mates, se dirigía muy temprano a la redacción de “El Nacional” para que a media mañana los tres pliego con tinta fresca estuviesen en la calle. Para el Yeyo era estrictamente necesario madrugar, porque finalizadas sus tareas de periodista , se calzaba su saco de abogado y se iba a ver como andaban las cosas en los tribunales; y por la tarde había que atender el estudio jurídico. Además le quedaba tiempo para leer “La Nación” y “La Prensa”, el “Almanaque Mundial” y libros que versaban sobre múltiples temas de su interés. Tampoco nunca faltaban en la vida de nuestro patriarca el cafecito en el Bar “La Ley”, ni la religiosa siesta. Estoy hablando de sus ocupaciones habituales después de los 70 años, porque cuando era una persona más joven también se hacia tiempo para dar clases de historia en instituciones educativas de Dolores y dedicarse a la política.
La linotipia fue siendo remplazada por tecnología más moderna durante la década de 1970. Esta maravillosas máquinas se fueron acallando como la vida de mi abuelo. Pero nunca olvidare el olor a tinta y el sonido rítmico que de niño percibí cuando me dejaban entrar al taller gráfico de “El Nacional”, ni tampoco se diluirá en el tiempo la admiración por aquel hombre que como ya dije... defendía sus ideas disparando plomo.

2 comentarios:

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  2. Iba leyendo tu historia y reviví plenamente el olor a tinta del taller! Era un olor dulzón y ácido al mismo tiempo, mezcla del perfume de la tinta y el papel (o al menos eso creo!).
    Me acuerdo que con 7 años miraba esa máquina como un gigante! ¡Asombrada y un poco asustada!
    Asustada porque cada vez que nos "metíamos" en el diario con mi hermano Atilio que en ese entonces rondaba los 5 años y medio, además de la aventura prohibida, tenía que cuidarlo para que no se lastime! Muy clarito teníamos que no se podía entrar ahi! Creo que el miedo venía más por la posible paliza que por la máquina gigantesca que en realidad, en lo personal, me generaba asombro y mucha curiosidad!
    Recuerdo haber agarrado las letras y el papel como si fueran elementos mágicos y poderosos. Quizá en ese momento de mi corta edad, intuía un poco el gran poder que tienen las palabras escritas y la información.
    Era impactante lo que me producía saber que el Yeyo tenía un diario y que gran parte de sus notas las escribía él mismo!
    Tuve la suerte de conocer a este gran hombre que era el Yeyo, y si bien no tengo muchos recuerdos porque se fue cuando yo apenas tenía 8 años, la vida me regaló la oportunidad de que viviera lo suficiente como para atravesar esa barrera de la niñez en que no tenemos casi recuerdos.
    Nosotros vivíamos en Buenos Aires, y papá mayormente viajaba solo a Dolores. Sin embargo, ya con 7/8 años, los escasos momentos compartidos con mi abuelo, quedaron grabados a fuego en mi memoria! Siempre lo consideré un hombre muy culto, tenaz y honorable, de mirada tranquila y sonrisa cariñosa. Tengo vívidos recuerdos de su mirada azul! Una mirada que transmitía sabiduría, nobleza y un profundo cariño! Tuve la suerte (o quizás no) de no conocer el enojo de mi abuelo, asique no tengo idea cómo cambiaba su mirada en esas ocasiones, pero según contaba mi madre (que lo quería y admiraba mucho), era un hombre de gran corazón y valía, a quien no valía la pena hacer enojar. No sé si lo diría así porque lo quería mucho, o porque el Yeyo sería muy bravo cuando se enojaba (lamentablemente no le pregunté nunca a mis padres al respecto).
    De todas formas lo que importa es el impactante recuerdo que tengo de mi querido abuelo y su máquina de escribir gigante!
    Gracias Juan por haber compartido estas historias maravillosamente redactadas y muy conmovedoras, haciendo honor un grande, sin lugar a dudas!

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